Esta tarde me encontraba en un café de la colonia Narvárte, de aquellos cafés que aún suele visitar la gente. Los lectores solitarios, las parejas lunamieleras y los universitarios, como yo, jugamos entre silencios tras un capuchino y la gracia de una mirada.
Frente a mí, se encontraba una mujer. Delgada y de cabello rojo, lentes circulares, pantalón de mezclilla y en su mano derecha, una pluma que se deslizaba tal cual bailarina que disfruta el espectáculo.
La miraba deseosa de conocerla, de saber ¿Para qué eran esas llaves con las que jugaba su mano izquierda?, ¿De qué se encontraba escribiendo tan arduamente?, ¿Qué bebía y que pasaba por su mente en ese instante?
Podrás llamarlo el bello arte del chisme, característica mía por naturaleza, ociosidad o curiosidad. Pero, es que me llega a la mente una pregunta que me inquieta... ¿Acaso alguna vez nos dedicamos a observar a ese mundo tan maravilloso llamado "EL OTRO"?
Porque simplemente... El otro, soy yo.
Frente a mí, se encontraba una mujer. Delgada y de cabello rojo, lentes circulares, pantalón de mezclilla y en su mano derecha, una pluma que se deslizaba tal cual bailarina que disfruta el espectáculo.
La miraba deseosa de conocerla, de saber ¿Para qué eran esas llaves con las que jugaba su mano izquierda?, ¿De qué se encontraba escribiendo tan arduamente?, ¿Qué bebía y que pasaba por su mente en ese instante?
Podrás llamarlo el bello arte del chisme, característica mía por naturaleza, ociosidad o curiosidad. Pero, es que me llega a la mente una pregunta que me inquieta... ¿Acaso alguna vez nos dedicamos a observar a ese mundo tan maravilloso llamado "EL OTRO"?
Porque simplemente... El otro, soy yo.
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